Una maestra mía dice que todos los sucesos negativos que nos ocurren tienen un único propósito de aprendizaje y crecimiento. Que el verdadero reto es observar con objetividad el suceso para descubrir su propósito de bien, evitando dramatizar la supuesta maldad que vemos en él.
Para mí, el ‘trágico’ caos planetario que vivimos hoy en día de pandemia, incendios forestales, escasez de agua, guerras, refugiados, desastres naturales, etc, es justamente eso: mensajes de aprendizaje envueltos en sucesos aparentemente trágicos y terribles.
Creo que la Tierra nos habla y de pronto nos grita pidiendo nuestra transformación y crecimiento como humanidad. Si nos damos un espacio para separarnos del papel de víctima (en el que confieso acomodarme más seguido de lo que me gustaría) podemos descubrir cosas muy bellas.
En mi caso, este espacio ha sido un proceso de dos grandes aprendizajes, ambos guiados por aprender cómo funciona la naturaleza. Ha sido sumamente revelador entender que un bosque, actúa como si fuera un solo ser vivo, donde cada árbol, cada insecto, cada hongo, trabaja como una célula de un cuerpo, contribuyendo de manera esencial para mantener la armonía de este ser. Aprender que en la naturaleza todo funciona de manera tan perfecta dando lugar, tiempo y ritmo justo a todo lo que existe me parece demasiado maravilloso.
Es justo esta maravilla que siento por la naturaleza que me llevó a mi segundo aprendizaje. Me di cuenta de que la veo y trato como algo ajeno y externo a mí, como si yo no fuera parte o no perteneciera.
Pero la realidad es que tengo un cuerpo con células y órganos que funcionan igual que los de cualquier otro ser de la naturaleza. Que todo eso que aprendo de allá afuera y que me maravilla tanto, lo tengo dentro de mí; en mi cuerpo físico. Y que ese mismo cuerpo físico a su vez forma parte del ecosistema del planeta. Nosotros existimos como una especie más de la naturaleza y por lo tanto somos parte de ella.
Creo que nuestro tema como humanidad es que estamos tan desconectados de nuestra propia naturaleza que ya no funcionamos normalmente con el resto de la naturaleza. Y que entonces resolver estos problemas va más allá de cuidar los bosques, las selvas o los mares porque ‘pobres de esos animalitos y arbolitos’. El cuidado de la naturaleza se ha convertido para mí en una práctica de autocuidado, humildad y amor propio. Un proceso de recordarme a mí a través de maravillarme por lo que me rodea.
Aterrizando un poco todas estas reflexiones, he transitado hacia prácticas más congruentes con este sistema de pensamiento. Desde lo más básico como separar mi basura, comprar a granel y en comercios locales, mandar a compostar mis residuos orgánicos de la cocina, usar cubetas en mi regadera para captar agua, llevar tuppers y termo a todas partes… hasta mi último más grande orgullo que ha sido cambiar mi escusado normal por un baño seco. Algo tan inimaginable como tener una cubeta llena de popos humanas (y un bidón lleno de pipis) en mi departamento es hoy en día mi realidad.
Me permití explorar lo incómodo y cuestionar lo cómodo. ¿Qué tan incómodo es hacer popo en una cubeta? ¿Qué tan cómodo es poder desaparecer mi pipi y mi popo sólo con jalar una palanca? y ¿qué tan esencial es esta comodidad como para que yo gasté y ensucié unos diez litros de agua cada que lo hago? He descubierto un proceso muy bello de un uso mucho más consciente del agua y de regresar los nutrientes que mi cuerpo no usó a la tierra.
Creo que el mensaje escondido detrás de la tragedia es un llamado a la acción para cambiar la forma en que vivimos, para volver a nosotros, reconectar con nuestra naturaleza para así poder conectar con la naturaleza. Un proceso de honrar el equilibrio que mi cuerpo me regala a través de cooperar para mantener el equilibrio en el ecosistema al que pertenezco.
P.D. Muy pronto les estaré contando más sobre los beneficios de tener un baño seco y cómo poner el suyo ¡Son las pequeñas cosas lo que hace la diferencia!
Una respuesta
Muy bueno!
En verdad haría una gran diferencia adaptar este sistema en casa!