Estaba ahí, tomando un té calientito mientras observaba cómo salía el sol poco a poco tocando el bosque montañoso que iba a explorar. Había despertado muy temprano para llegar puntual al lugar acordado junto a personas que, al igual que yo, eligieron caminar ese día. Los guías que nos acompañaron estaban listos para que fluyera cada kilómetro de aquella primer caminata con Introspecta.
Me parece que es inevitable sentir cierto miedo a vivir una nueva experiencia. Si bien sé que puede ser emocionante, pero lo desconocido tiende a ponerme nerviosa.
Creo que una ruta nueva nos anima a salir de nuestra zona de confort, nos permite abrir la mente, confiar y dejar a un lado esa resistencia para dar un paso fuera de lo conocido.
Conforme iba caminando ese día detecté que había una relación entre el terreno que pisaba y mis emociones y pensamientos. Estaba descubriendo una zona de aprendizaje completamente nueva. Con subidas y bajadas, este bosque me retó a mover todo el cuerpo con todo y la mochila en la espalda, las botas protectoras y el apoyo de un bastón.
Paso a paso me fui dando cuenta de que era una misma con el movimiento. Me abrí paso entre caminos mayormente cubiertos por la sombra de altísimos árboles sabios y antiguos.
En el camino hubo momentos en los que pude sentirme al límite, viviendo mis emociones a flor de piel. Noté que mi ritmo cardiaco aumentaba, mi respiración variaba, mis oídos se taparon unos minutos por la altura de la montaña, mis músculos se calentaron, se estiraron y contrayeron activándose.
Las meditaciones fueron momentos para mirar hacia dentro, para conectar con la energía magnética de la Tierra. Contemplé detalles que captaron mi atención y me fui fundiendo en ese entorno natural. Durante esas horas, con descansos para consumir un snack e hidratarme, admiré la belleza que me rodeaba y continué abriéndome a sentir, explorar, conocerme.
La verdad, nunca me sentí sola durante la caminata pues tenía la compañía del bosque, expresando a través del sonido del agua, del viento y el trino de los pájaros. Además, como miembro de este grupo de caminantes, viví conversaciones, en las que compartí reflexiones, siendo vulnerable, confiando en el otro, sintiéndome segura y escuchada. A su vez, yo también escuché activamente y conecté con las palabras y con los silencios que el otro me comunicó.
Sea que hubiera ido al frente del grupo, en medio o al último en la caminata, cada paso que di valió toda la experiencia. Supe que era parte de ese grupo que me alentó ante alguna dificultad que llegué a percibir. Reconocí mi valentía y amor propio al impulsarme a vivir este reto. Paso a paso, con el apoyo de Sebastián, nuestro guia, y de otros compañeros de caminata, enfoqué mi atención en no parar del todo por el cansancio. Busqué mi ritmo al caminar, bajando y subiendo ese ritmo de acuerdo a lo que iba sintiendo.
Redescubrí el valor del silencio, y en esa paz que me envolvía, se dibujó una sonrisa en mi boca. Mi energía fluyó como nunca y reconecté conmigo, comprobé que: “mi salud es mi estado natural”, un nuevo mantra para atesorar. Exploré así la zona mágica en ese camino de autoconocimiento.
Hacia el final del día esas horas se sintieron más como semanas por el impacto que tuvieron para mi. Me sorprendió saber que en poco tiempo se había generado una comunidad de personas que vibraban como yo, compartiendo la magia de esa zona que habíamos explorado.
Acabé físicamente exhausta, sí, pero a la vez me sentí en calma y recargada con la energía positiva que fluyó dentro de mi como un fuego intenso. Y me pregunté, una vez que acabó esa primera experiencia, ¿cuándo será mi siguiente caminata?
Una respuesta
“… Nunca me sentí sola durante la caminata, pues tenía la compañía del bosque, expresando a través del sonido del agua y el trino de los pájaros” esa fue mí parte favorita.
Me hiciste querer amanecer una mañana en el bosque.
Gracias